Simeone: "Adiós maestro, que nunca le falte una pelota allá arriba"
Al menos el prisma no será el mismo. "Adiós maestro, que nunca le falte una pelota allá arriba". Es el deseo de uno de sus compatriotas, uno de los tantos que hoy se vuelcan en fortalecer un recuerdo que el mundo del fútbol ha de mantener intacto en una obligación consigo mismo, con su más pura esencia. Son las palabras del Cholo Simeone. Y es que casi parece imposible que desde allí arriba, donde tantas viejas glorias se reúnen, privando a los simples mortales del disfrute de algo único, don Alfredo vaya a dejar de observar a su Madrid, de alentar a los jugadores desde esa sabiduría infinita con la que el tiempo longevo, el mismo que se lo llevaba, le dotó.
Tras su llegada al Real Madrid, tal fue la capacidad de fusión entre Don Alfredo y el conjunto blanco, la simbiosis generada entre ambos, que la duda sobre qué fue primero casi toma forma en la mente de muchos. ¿Don Alfredorendía honores al himno o el himno se compuso en su honor?¿La fuerza se la dabaLa Saeta al escudo o el escudo a La Saeta? ¿Fue el Madrid el que le transmitió una idea de grandeza a la que él supo dar forma o fue Di Stéfano el que hizo grande al Real? Lejos de aquel 22 de septiembre de 1953 en que entidad y jugador rubricaban una unión más allá de lo pensable, la causa o la consecuencia dejan de tener importancia. Porque mito y escudo llegaron a ser uno. Y hoy que la persona desaparece, la idea toma más fuerza que nunca. No fue una forma de jugar al fútbol; fue un ideal; no fue táctica o técnica; fue un pensamiento; no fue un futbolista más; fue Real Madrid desde que nació.
Nunca pudo jugar un Mundial de fútbol; su gran cuenta pendiente
En aquel entonces donde el fútbol exigía menos y regalaba más, donde el espectáculo aplastaba a la comercialización, La Saeta Rubia gozó del gran honor de defender los colores de dos naciones: España y Argentina. Paradojas de la vida, ni con una ni con otra, don Alfredopudo acometer la conquista del mundo, siéndole ahí la suerte esquiva y cumpliendo con una curiosa certeza en la que el fútbol parece dejar siempre cuentas pendientes con los grandes, en lo que puede entenderse como un guiño a continuar la historia en alguna otra parte. La albiceleste se había negado a participar en los mundiales del 50 y el 54; ya conEspaña, en 1958, la clasificación se esfumaba, mientras que para Chile 62, una inoportuna lesión volvía a apartar a La Saeta de un Mundial.
Fue, quizás, lo único que faltó en una carrera de ensueño en la que nadie le regaló nada. Llegado a Chamartín de la mano de Don Santiago Bernabéu, tras la muerte de este, don Alfredo se convertía en el gran puntal de la institución, responsable y emisor de un legado que ha sabido transmitir a la perfección a las generaciones venideras. A estas alturas, son pocos los que le han visto jugar en un estadio pero todos, absolutamente todos, conocen de la obligación de un jugador del Real Madrid: dejarse la vida en el campo, morir por la camiseta, honrar el escudo. Tal fue el mensaje y la contundencia con la que Don Alfredo lo transmitió que la mera falta de uno de ellos enciende a la grada del Santiago Bernabéu en un feroz rugido de reproche y exigencia.
Di Stéfano: "Perseguimos una presa y la conquistamos. Y eso es el Real Madrid"
Alfredo Di Stéfano paseaba el blanco impoluto de la zamarra blanca orgulloso, alrededor de los estadios de Europa y el mundo; nunca la simpleza de un color había dicho tanto ni había evocado tales muestras de respeto. "Nosotros somos como Rintintín, que perseguimos la presa y la conquistamos. Y eso es el Real Madrid". Una idea tan sencilla como compleja. Y es que los caballeros de blanco, liderados por ese argentino rubio, de aspecto desgarbado y mirada confiada, sembraron una hegemonía que les valió apelativos como el de 'vikingos' o el 'Madrid Imperial'. Socios perfectos en la consecución de una idea imparable, de un convencimiento capaz de transformar a una institución en leyenda.
Cierto es que en la muerte, la figura de aquel que se marcha logra siempre aunar las buenas palabras e intenciones de todos aquellos que le conocían y de los que no; de adversarios, compañeros, aficionados, periodistas... pero Alfredo Di Stéfanopudo llevarse la satisfacción de haber logrado esa unanimiad en vida, al igual que sus reconocimientos, que los aplausos, que los méritos. "He sido relevante en el fútbol mundial y nada más, pero hay hombres de otras características que también han tenido una producción extraordinaria". Quedaba claro que La Saeta conocía de su relevancia, lo cual suma al asombro de que viera su papel con tanta sencillez, con tanta normalidad.
Di Stéfano vivió el tiempo suficiente para dejar un legado grabado a fuego
Alfreo Di Stéfano se despide del mundo con 88 años y apenas tres días después de haberlos cumplido. Aunque la percepción es siempre que la muerte llega demasiado pronto, lo cierto es que el mundo del fútbol ha de pensar -el madridismo en particular- que fue, en cualquier caso, el tiempo suficiente para dejar un legado a través del cual los que se quedan deben tomar compromiso con la misión que hasta la fecha había cumplido él. La afición blanca entiende la esencia de su equipo como una preciada joya ideada en la imaginación de Don Santiago Bernabéu y forjada en las diabluras de Don Alfredo Di Stéfano. Ninguno de los dos está ya aquí, entre las voces de ánimo y exigencia, entre las miradas críticas y los corazones defensores del blanco. El mensaje, sin embargo, sigue anclado a fuego y hierro en los cimientos de una afición que no ha de olvidarlo nunca.
El mundo del fútbol se vuelca hoy en la queja infructuosa por la ausencia y a buen seguro, desde allí arriba, a Don Alfredo nada de eso le estará pasando inadvertido; abrumado por una atención que, indudablemente, merece, el mejor jugador de la historia blanca lo tomará, seguramente, con esa filosofía tan característica de él: "Se han pasado. No me merezco todo esto, pero, como se dice en estos casos, no me lo merezco, pero lo trinco».
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