Decía el escritor irlandés George Bernard Shaw que mientras el hombre razonable trata de adaptarse al mundo, el irrazonable trata de que sea el mundo quien se adapte a él. Atendiendo a esta locución, parece tan sensato como lógico, que todos y cada uno de nosotros tratemos de hallar nuestro particular hueco en ese todo que es la vida, renunciando a la en ocasiones llamativa tentación de nadar a contracorriente. Es lo fácil, lo coherente, lo que hacen todos. No obstante, el Premio Nobel de Literatura apostillaba su aseveración con una demoledora sentencia que merece la pena tener en consideración: "El progreso depende del irrazonable".
Siempre existió la idea generalizada de que seguir a la mayoría es lo correcto. El funcionamiento de la sociedad exige del establecimiento de una norma común, una moral y un pensamiento, un patrón claro de lo que está bien y de lo que está mal. Salirse del camino preestablecido, no sólo exhibe el concepto negativo de desobediencia y la rebeldía, sino que además, ofrece la visión de hallarse ante un abismo cuyo fin la vista no alcanza a contemplar, sus consecuencias. Lo predeterminado es el dócil curso del consentimiento, de la aceptación, el cauce de un sereno río que discurre en la dirección que algunos marcaron en su día en favor, muchas veces, de sus propios intereses o ideales, negando además el respeto a otra opción. Pero como en todo río, emergen aquellas rocas que aguantan su embestida, inamovibles ante su fuerza, ante su erosión, su continuo desgaste como respuesta a la osadía de haberse interpuesto en su camino. Son aquellos hombres y mujeres rebeldes, los irrazonables a los que Bernard hacía alusión, aquellos que en su propio miedo, vencido por sus ideales, basaron la evolución de un mundo que la necesitaba, que los necesitaba a ellos. Probablemente pocos acabarían por determinar que el sufrimiento por el que pasaron no mereció la pena.
La historia acabó relegando a Peter Norman a un tercer plano
La imagen que más allá de logotipos, medallas, marcas, récords y metas definiría para siempre a los Juegos Olímpicos de México 68 sería la de aquel podio con Tommie Smith, John Carlos y Peter Norman, clamando en silencioso grito por los derechos de la raza negra en la política diferenciadora que por aquel entonces ejercía Estados Unidos sobre blancos y negros, considerando a estos últimos ciudadanos de segunda. Dos guantes negros en alto mientras sonaba el himno norteamericano y la insignia del Movimiento Olímpico para los Derechos Humanos sobre el pecho de un australiano-blanco- al que la historia acabaría relegando a un tercer plano, rubricarían para siempre una de las imágenes más significativas, dignas y emocionantes de los últimos años. El instante, de una gloria que sólo el tiempo reconoció, desembocó entonces en unas nefastas consecuencias, tanto para los dos atletas estadounidenses de color, como para el asutraliano, cuyo ostracismo seguiría planeando sobre su figura, incluso, tras su propio reconocimiento.
George Peter Norman (Melbourne, 15 de junio de 1942), es un niño travieso e inquieto, que crece junto a sus padres y a sus tres hermanas en lo que era el seno de una familia normal, de clase media y fuertemente influenciada por la religión, más concretamente en los valores del denominado Ejército de la Salvación. Más interesado en saciar sus ansias de jugar en las vías del tren cerca de las que vive que en aplicarse en sus estudios, sus padres no tardan en sacarle del colegio y ponerle a trabajar. Aquello sucede cuando Peter cuenta apenas con 14 años y por aquel entonces, no le queda otro remedio más que convertirse en aprendiz de carnicero. Hechos como su improvisado primer trabajo y la marcada presencia de la religión en su vida, son, a priori, datos que nada tendrían que ver en el desarrollo de su vida profesional como atleta, pero que finalmente resultarían determinantes.
Su toma de contacto con el mundo del atlestismo
George Peter Norman (Melbourne, 15 de junio de 1942), es un niño travieso e inquieto, que crece junto a sus padres y a sus tres hermanas en lo que era el seno de una familia normal, de clase media y fuertemente influenciada por la religión, más concretamente en los valores del denominado Ejército de la Salvación. Más interesado en saciar sus ansias de jugar en las vías del tren cerca de las que vive que en aplicarse en sus estudios, sus padres no tardan en sacarle del colegio y ponerle a trabajar. Aquello sucede cuando Peter cuenta apenas con 14 años y por aquel entonces, no le queda otro remedio más que convertirse en aprendiz de carnicero. Hechos como su improvisado primer trabajo y la marcada presencia de la religión en su vida, son, a priori, datos que nada tendrían que ver en el desarrollo de su vida profesional como atleta, pero que finalmente resultarían determinantes.
Su primer contacto con el mundo del deporte llega precisamente en la competición que marcaría un antes y un después en su vida, los Juegos Olímpicos, más concretamente los de Melbourne '56. Desde las gradas del estadio Olímpico al que acude asiduamente es testigo de los grandes logros de algunos de sus ídolos. Embelesado ante la magia Betty Cuthbert o Hec Hogan, entre otros, decide inscribirse en el club de atletismo Collingwood Harriers, donde se aplica con especial vehemencia en las disciplinas de salto de longitud y sobre todo, carreras de velocidad. Pese a debutar ganando en su primera competición con un tiempo de 11.7 en 100 yardas, quedar segundo en las 100 vallas y segundo también en el 4x100 yardas, Peter cae ante su jefe, un carnicero de 34 años que le desafía a un sprint, hiriendo así el orgullo del joven, que plantaría su particular punto de inflexión en ese momento.
Despegando hacia el panorama internacional
Con apenas 16 años ya logra rebajar su marca de las 100 yardas en un tiempo de 10.5 y dos años más tarde, con 18, se hace con el campeonato de la región de Victoria (220 yardas en 22.2). Su compromiso con el deporte, no obstante, no le aparta de un trabajo con el que sigue cumpliendo diligentemente, pese a los madrugones y a la dureza de su jornada diaria, algo que tampoco le impide hacerse con el triunfo, de nuevo en el campeonato de la Región de Víctoria, en el 4x100 junto a su equipo, Holdsworth, Wirt y Moore.
Todo aquel esfuerzo se ve al fin recompensado cuando Peter es convocado para los Juegos de la Commonwealth, celebrados en Perth. No obstante, el joven atleta australiano acabaría cayendo en semifinales pese al incondicional apoyo de su novia Ruth y del grupo religioso al que pertenecía, que se habían desplazado hasta allí para apoyarle. Lejos de desanimarle, aquella caída no hace sino estimular sus ansias de competición y triunfo, derivando eso con un curioso hecho que en aquel momento es motivo de controversia: Peter rubrica en la espalda de su camiseta un lema que le acompañaría en sus competiciones para disgusto de la Federación Australiana, poco abierta a ese tipo de expresiones: "God is love" (Dios es amor). Pese a los 'tira y afloja' con la propia Federación, que le solicita el uso de aquel lema sólo en los entrenamientos, Peter lo mantiene.
Su vida, en cuerpo y alma al deporte
Su evolución se ve bruscamente interrumpida cuando en 1964 se ve obligado a renunciar a los Juegos Olímpicos de Pekín, consecuencia de una lesión. Tampoco eso le supone a Peter una traba más allá de la decepción puntual y continúa entrenando para superararse; tanto empeño pone en eso que incluso topa con un problema con el Ejército de la Salvación, que no ve con buenos ojos que Peter entrene incluso los domingos, día del Señor.
Ni los éxitos en el panorama nacional ni tampoco en el internacional han logrado que Peter deje de desarrollar su trabajo como carnicero, que si bien no le desagrada, tampoco expone el panorama en el que quiere verse en un futuro. El joven atleta australiano empieza a encauzar su vida hacia la carrera de monitor deportivo, estudios que compatibiliza con su ascensión en la élite del atletismo. 1966 no sería el año de su estreno en competificiones oficiales a nivel nacional pero sí lo sería de su primera conquista en ese campo; los 200, recorridos en un tiempo de 20.9 suponen la mejor antesala posible para su llegada a una nueva edición de los Juegos de la Commonwealth, que por aquel entonces se desarrollan en Jamaica. Pese a las expectativas depositadas en aquella cita atlética, Peter no logra llegar a la final de ninguna de las pruebas en las que su nombre se expone como uno de los favoritos, una decepción en gran parte influenciada por los escasos recursos con los que cuentan allí los atletas australianos, que son amateurs y han de verse obligados a financiar sus propios gastos.
Mexico 68, el principio...del fin
1968 es un año especialmente convulso para la sociedad en general, en el que buena parte del planeta solicita/exige cambios en pos de un necesario progreso, una revolución de la que no puede escapar el deporte, que a la postre es un fiel reflejo de la propia sociedad. Los Juegos Olímpicos de 1968 no sólo iban a convertirse en los pioneros de numerosos hechos, sino que iban a terminar transformándose en uno de los escenarios más grandes de la historia para las reivindicaciones de igualdad y dignidad de aquellos que se sentían víctimas de todo lo contrario, el Black Power.
Apenas dos años antes, Peter había conocido en Los Ángeles a alguien de quien acabaría convirtiéndose en inesperado cómplice, Tommie Smith, uno de los mejores y más elegantes velocistas de la historia del atletismo. Smith, ya había fraguado junto a otros deportistas de color-entre ellos Kareem Abdul Jabbar-la forma de reinvidicar al mundo entero los derechos de la raza negra, víctima por aquel entonces de la segregación norteamericana, que les consideraba ciudadanos de segunda. Mientras el gesto de protesta del baloncesista había sido el de negarse a formar parte del equipo estadounidense, el de Smith y su compañero, John Carlos sería igual de contundente, aunque más osado. La cita: un lugar de reunión para la atención mundial, los Juegos Olímpicos de México 68. Primer paso: subir al podio.
Un podio eterno e inesperado
Durante el desarrollo de los Juegos, Peter ya ha demostrado que su estado de forma es excelente y sus grandes marcas le llevan hasta la final de los 200 metros, donde se ve las caras con un "viejo conocido", Tommie Smith y su compañero de equipo, John Carlos, este último uno de los grandes favoritos. Pese al dato, ni él mismo es capaz de dar crédito al impresionante sprint final que Smith efectúa para cruzar la línea de meta, impulsado, con toda probabilidad, por la imperiosa necesidad de lanzarle al mundo un grito mudo de libertad. Quien no titubea ante la titánica carrera del norteamericano es precisamente, Peter Norman, que saca fuerzas de flaqueza para convertir su sexta plaza a falta de 80 metros en una segunda al atravesar la línea de meta, un tiempo de 20.6 que no lograría rebajar el nuevo récord mundial de Smith con 19.83.
Smith y Carlos le proponen tomar parte en la protesta, oferta que acepta sin titubear
El momento de la ceremonia es también un momento de nervios y no sólo por la entrega de medallas y por acaparar, en un instante único, la atención de todo el planeta. Lejos de esas preocupaciones, en el vestuario del estadio olímpico sólo se dirime la forma de protesta ante algo injusto, ante el vapuleo a los más esenciales derechos del ser humano, un trasfondo enorme al que se interpone un pequeño problema: Carlos ha olvidado en la villa olímpica el par de guantes negros que cada uno iba a enfundarse durante la audición del himno estadounidense, una traba demasiado banal para la que el australiano, Peter Norman encuentra solución: que cada uno se enfunde un guante (razón que explica por qué cada corredor eleva un brazo distinto durante la protesta). Al ver la actitud abierta y natural con la que Peter trata el hecho, Smith y Carlos le proponen participar de algún modo: llevando en el pecho la insignia del Movimiento Olímpico por los Derechos Humanos, oferta que él acepta sin dudar. Esa pequeña charla en los vestuarios se convierte en el particular 'making off' de una foto ya legendaria, señalada por muchos como uno de los momentos más determinantes e influyentes de la historia.
Tratando de seguir adelante
Toda acción conlleva una reacción y en este caso no es distinto. El gesto de los atletas supone la inmediata expulsión de los dos norteamericanos de los Juegos Olímpicos, previa 'expropiación' de las medallas conquistadas. Así lo decide el por aquel entonces Presidente del Comité Olímpico, Avery Brundage, conocido por sus ideas en favor de los nazis. Las reacciones mayoritaras que en Estados Unidos consideran a Smith y Carlos poco menos que traidores no son tan contundentes en Australia, pese a lo cual las disputas existentes con los aborígenes del lugar extrapolan el debate hasta allí, con diversidad de opiniones. Pese al barullo creado en aquel momento, el tiempo pasa y todo parece calmarse. En 1969 Peter se hace con el campeonato de la región de Victoria en los 100, siendo ya sus triunfos un clásico en aquella competición. También lo logra en el 200 de los Juegos del Pacífico en Tokyo. Además, lo vivido en los Olímpicos del 68 le hace forjar una buena amistad con sus dos particulares compañeros de penurias, Smith y Carlos, a quienes conoce en un plano más personal tras ser invitado a Estados Unidos en varias ocasiones.
Su situación personal se complica tan solo un año más tarde con el divorcio, y el cambio de aires que experimenta le aleja del clima conservador y puritano en el que había crecido, generando en él la necesidad de dejar atrás su vida anterior. Ya no trabaja en la carnicería, sino como monitor deportivo y superadas todas las adversidades en el terreno personal y también en le profesional decide centrarse en este último para seguir compitiendo al máximo nivel. Con la mira puesta en los Juegos Olímpicos de Múnich 72, Peter remonta el vuelo tras la discreta quinta posición que había logrado en la última edición de los Juegos de la Commonwealth, disputados en Edimburgo.
Represalias tardías en Múnich 72
En febrero de ese mismo año, participa en una importante prueba de 100 m, de cara a lograr su clasificación para Alemania; llega el primero pero los jueces le despojan del oro, alegando que fue otro corredor, Lewis, quien ha vencido y no él. Disgustado y convencido de lo contrario, Peter le lanza su medalla de plata a los jueces. El hecho no pasa inadvertido y causa cierto revuelo en la prensa del momento pero lejos de amedrentarse, el australiano eleva la mirada hacia la próxima prueba en pos de la ansiada clasificación. Esta llega con motivo del campeonato nacional de Perth, en la que se clasifica en tercer lugar. No obstante, sus primeros puestos en los 200 de Sidney, Brisbane y Melbourne le valen, en acumulación de puntos, para llegar a la cita olímpica, sueño que de nuevo vuelve a frustrarse. La Federación Australiana alega que ningún miembro del equipo tomará parte en los Juegos Olímpicos de Múnich en la prueba de 200 metros. Aquel hecho, que sin ningún género de dudas él asocia a lo acontecido en México 68 y al lanzamiento de su medalla de plata, le hacen tomar la dura decisión de retirarse.
Se le negó el derecho a participar en Múnich 72 pese a lograr clasificarse
No obstante el gusanillo del deporte sigue picándole en el estómago y Peter decide emprender su aventura como jugador de fútbol amateur en el West Brunswick australiano. Su 'relax' lejos del deporte de élite le da incluso para aventurarse con el mundo del teatro en una época en la que viaja continuamente en una vieja furgoneta. Posteriormente se convierte en el preparador físico del Footscray Football Club obteniendo apenas el dinero justo para pagar la gasolina.
La desgracia se ceba con él
Estuvo a punto de perder la pierna por una gangrena
La fortuna que le había negado la sonrisa en varias ocasiones, sin embargo, estuvo de su lado al hacer que el cirujano le reconociera y pusiera todo su empeño en salvar aquella pierna que había volado, junto a la otra, por las pistas de atletismo de medio mundo, estableciendo entre otros, el récord en los 200 m que en Australia aún nadie ha logrado batir. De forma milagrosa la pierna de Peter consigue salvarse pero el dolor y el sufrimiento se convierten en parte ineludible de su vida; el tratamiento es largo y penoso, algo que acaba sumiéndole en una profunda depresión que a su vez, desemboca en la necesida continua de tranquilizantes y alcohol.
1993 le devuelve una tregua y los dolores en su pierna empiezan a hacerse soportables. El exatleta recupera parte de la ilusión perdida al ser invitado, como comentarista, a la cita con los Juegos de la Commonwealth de 1990, que se celebran en Auckland. Los devenires de la vida, no obstante, le llevan de nuevo a un supermercado, donde, frustrado, volvería a desarrollar su labor como carnicero después de haber ejercido otra vez como monitor deportivo, ya con casi 50 años y sin poder dar de sí todo aquello a lo que su pierna le limita.
Sidney 2000 le mira sólo de reojo
La entrada en el nuevo siglo no puede tener mejor celebración para Australia y el país oceánico organiza los Juegos Olímpicos de aquel año. Peter es llamado por el Comité para ejercer como abanderado aunque quedaría excluído de todos los eventos oficiales del país de los canguros. Fuera de las celebraciones australianas pero no de las norteamericanas, que sí cuentan con él para concederle un lugar destacado entre las grandes estrellas del momento. Paradójicamente y pese a ser un reconocido atleta en su época, Peter se siente cohibido ante nombres de la talla de Edwin Moses, Mike Powell o Michael Johnson, quien le dedica unas palabras cargadas de emoción para él: "You are my hero" (Tú eres mi héroe). No le faltaron razones para admitirlo. Peter había dado un importantísmo paso al frente en pos de una lucha que muchos no consideraron suya, pero lo era, y de algún modo, la sufrió.
Su sobrino, cineasta, elaboró un documental sobre su tío, 'The Salute'
En 2004 y tras haber logrado solucionar buena parte de los flecos en el camino que había ido dejado con su exmujer y sus hijos, Peter se encuentra con su sobrino, Matt Norman, cineasta que empieza de inmediato a trabajar en el desarrollo de un documental, 'Salute', en el que se repasa la trayectoria, vida y anécdotas del corredor australiano. Más adelante le acompañaría el libro 'A race to remember' (Una carrera para recordar). La visita para tal intención es clara: la universidad de San José en California. Allí, junto a Smith y Carlos recuerda el que con toda probabilidad es el momento más determinante de su carrera; quizás, de su propia vida: el podio de México 68. Aprovechando su estancia allí, Peter asiste a la inauguración de la estatua en la que aparecen los dos velocistas norteamericanos que lucharon en pos de los derechos de su raza, de los derechos humanos, un merecido homenaje en el que sin embargo, no figura él. Aquello no le molesta en absoluto, pues en ese otro monumento que rubricó la proclama al mundo en México 68 sí estuvo.
Su final reunió de nuevo al 'podio mexicano'
Los problemas de salud, derivados en gran parte del crítico período que vivió como consecuencia de la lesión en su pierna, se acentúan con el paso del tiempo y en mayo de 2006 es operado de urgencia por una nueva dolencia en el corazón. Como si se atisbase lo que estaba por venir, todos aquellos que formaron parte importante de su vida están presentes a lo largo de los pocos días que le restan de vida hasta que a principios de octubre fallece con 64 años. Su funeral tiene lugar el 9 de octubre y a él acude una numerosa representación de quienes habían pertenecido a la Federación de Atletismo Americana, que con Tommie Smith y John Carlos a la cabeza, proclamarían aquel 9 de octubre como el día de Peter Norman.
Ellos, junto a su sobrino, son quienes portan su féretro a hombros hasta el cementerio en el que es enterrado. Las palabras de Tommie ponen la rúbrica perfecta a la vida de Peter: "No tenía que haber tomado esa insignia, Peter no era estadounidense, Peter no era un hombre negro, Peter no tenía que haber sentido lo que sintió, pero él fue un hombre, un soldado solitario en Australia. Muchas personas en este país no entendieron por qué aquel joven blanco apoyó a aquellos negros. Peter fue un australiano muy orgulloso de serlo, y muy orgulloso de representar a su nación", continuó Smith. Un hombre al que la historia describe como "el blanco que se coló en la foto", el "intruso", aquel al que las páginas del tiempo han olvidado en pos de los otros dos protagonistas y aquel al que su país nunca acabó de perdonar-no tenía por qué hacerlo, pues el perdón debía llegar en dirección contraria-.Su reconocimiento llega, como es habitual, tarde y mal.
La historia le describe como 'el blanco que se coló en la foto'
Andrew Leigh, parlamentario laborista, llevó el asunto a la cámara, con el apoyo de la familia de Norman, según informó el canal australiano de televisión ABC. En el Parlamento se trasladaron las disculpas correspondientes a la madre de Peter, Thelma, con 91 años entonces y a su hermana Ambler por haber impedido a su hijo y hermano acudir a la cita en Múnich, al tiempo que se reconocían todos sus logros.
"Yo creo que todos los hombre nacen iguales y deben ser tratados de la misma manera". - Peter Norman.
Fuentes: http://www.sportsonearth.com, http://www.capalma.com/documentacion/historia/Peter_Norman.pdf, http://es.wikipedia.org/wiki/Peter_Norman, http://www.record.com.mx/article/australia-pide-perdon-peter-norman40-anos-despues, http://deportes.elpais.com
Fotos: http://journelog.wordpress.com, http://scared-4-america.blogspot.com.es, AP, cinequest.org, numeroquince.wordpress.com, http://correcobarde.wordpress.com, http://salutethemovie.com
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