domingo, 30 de noviembre de 2014

Y a la décima conquista su corazón descansó


No podía ser de otra forma. Empezó un arduo trabajo que consistía en convertir a un club de fútbol en leyenda y en la tarea invirtió su vida entera. En un fútbol ataviado de la sencillez del blanco y negro, con esos balones alejados de efectos extraños que requerían de un impacto con el alma para atravesar metas rivales, en campos de fútbol donde el barro y la imperfección se convertían en parte ornamental de una batalla tras otra, Alfredo Di Stéfano dio inicio al mito. Su controvertida llegada a Chamartín supuso un punto de inflexión que, probablemente, ni siquiera él mismo podía imaginar. Los devenires de la vida y el fútbol se las ingeniaron para que aquel argentino campechano acabase vestido de blanco y defendiendo con vehemencia un escudo que acabaría haciendo suyo.


Resulta curioso saber que los cimientos de algo tan poderoso como el Real Madrid descansan sobre la sencillez de Don Alfredo

Los jugadores van y vienen; durante ese vertiginoso trayecto, pocos logran aliarse con los colores desde un sentimiento sincero; mucho menos enamorarse; enamorarlos. Pero Don Alfredo era argentino y la conquista era parte inherente de esa sangre que latía en su corazón y recorría sus venas con la misma vitalidad con la que él gambeteó sobre el césped de los más grandes estadios del mundo. La Saeta no sabía hacer algo sin ponerle corazón, sentimiento. Ese corazón que el pasado sábado le fallaba y que durante toda su vida alentó cada paso que dio en una lucha insaciable por ser quien fue, quien es y quien será siempre; por hacer del Real Madrid la mayor institución deportiva en la historia. Resulta curioso saber que los cimientos de algo tan poderoso descansen sobre la sencillez y la humildad que destilaba Don Alfredo.

Un corazón que, desafiante en lo más vigoroso de su vida, fue capaz de doblegar a las indomables gradas de Chamartín, nunca henchidas de éxito, siempre insaciables y generadoras de una exigencia sin límite, sin piedad, sin concesiones."El Real Madrid era como la canción de Alberto Castillo -decía Don Alfredo- 'Todos queremos más, todos queremos más, más y más y mucho más'. Era una fuente inagotable de deseo y la responsabilidad iba aumentando". Esa humilde molestia de perderse en los entresijos del Madrid, en sus entrañas, en sus latidos, de entender los mecanismos internos de su funcionamiento, llevaron al hispano argentino a convertirse en parte insustituible de él.


Aquellas conversaciones campechanas con Don Santiago Bernabéu son hoy una imagen tan mítica como los grandes goles que dejaron su impronta en cada estadio y que escribieron un pedazo de la historia para el club de su corazón. 739 partidos jugados; de ellos, 469 con el Real Madrid. 523 goles anotados, siendo 357 para su Real, aunque los números sean hoy lo de menos. Ese equipo al que convirtió en el más grande consiguiendo, por primera vez, cinco Copas de Europa consecutivas. El Madrid de don Alfredo despertó un sentimiento alrededor del mundo que conglomeró en sí mismo una fusión de conceptos tan complejos como fascinantes: la admiración sin envidia malsana; el aplauso sincero del que, más allá de colores, se rendía a la evidencia de un fútbol como forma de vida, como diversión, de unos retos constantes acometidos con una sonrisa en la cara, consecuencia natural del que disfrutaba haciendo lo que más amaba. Sin la presión de una exigencia que Don Alfredo llevaba grabada a fuego en sí mismo, en su natuaraleza, en su personalidad.

Di Stéfano: "Yo soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno"
Y no todo fue siempre de color de rosa en la vida de La Saeta, que superó trabas y obstáculos en la firme convicción de que lo verdaderamente importante acarreaba sufriemiento; nunca hubo triunfos sin remontadas, sin rivales grandes enfrente, sin desafíos más allá de los cuales aguardase un vacío incierto amenazando fracaso. "En las malas, para demostrarles que no me achicaba, yo me acordaba de una máxima de Martín Fierro que dice: 'Yo soy toro en mi rodeo y torazo en rodeo ajeno' ". Las palabras, fruto de una labia tan irresistible como su propio fútbol, evidenciaban que el miedo no tenía cabida en su existencia. Todo cuanto el destino deparó en su vida fue afrontado y del triunfo y la derrota Don Alfredo extrajo siempre algo positivo.


No podía marcharse sin su Décima


En ese conocimiento sereno de que lo bueno se disfruta y lo adverso se supera y queda atrás,Don Alfredo esperó paciente, coronada su ilustre carrera como presidente de honor de unReal Madrid que ya no le vio nunca moverse de su lado; La Saeta esperó, con calma, con tranquilidad, convencido de que aquellas viejas glorias que hicieron grande a suReal, volverían. La Sexta apenas le había hecho esperar tiempo atrás; la Séptima se hizo algo más de rogar, mientras que la Octava y la Novena le regalaron un espejismo del camino que él mismo trazó, convertido ya en un símbolo tan sagrado como el escudo, algo al alcance de pocos; de muy pocos jugadores sobre el planeta. Pero la Décima sería especial: sería la última para él. El premio a la paciencia perseverante de quien ya no podía batallar por las conquistas sobre el tapete de un campo de fútbol pero lo hacía en la faceta de aficionado experimentado, con la seguridad de que llegaría. No podía marcharse sin su Décima y en realidad, más allá de un corazón que, cansado y lleno de vivencias que guardará para siempre en un viaje sin retorno, ha dejado de latir, Don Alfredo se concede la licencia de vivir para siempre.


Su corazón seguirá latiendo en cada gol, en cada estallido de la afición, en cada copa que se alce al cielo... y en cada golpe del que el Madrid se levante
En el Real Madrid, La Saeta Rubiaentregó su fútbol, su vida, su sangre, su voluntad y su todo. Entregó su ilusión, su lealtad, su fidelidad, su amor, su devoción. ElSantiago Bernabéu nunca dejó de percibir su presencia; una sombra alargada que permanecerá infinita en ese césped perfecto, impoluto que atestiguó jugadas para la eternidad; su camino está trazado y el sueño de aquel argentino que llegaba a España es una realidad confirmada desde hace muchísimos años. Todo eso, le concedió a Don Alfredo la licencia de ataviar su corazón con un escudo que prolongó sus latidos un tiempo extra, rebelándose ante el final de un partido que nunca quiso acabar: el de respirar. Por todo eso, también, el corazón de Don Alfredo seguirá latiendo con cada zancada que un jugador del Real Madrid dé en la búsqueda de ese gol, con cada estallido de un estadio entregado a la victoria y con cada copa de Europa que el capitán madridista alce al cielo. También en cada golpe del que los blancos se levanten y en definitiva, en todo aquello que denote que de don Alfredo Di Stéfano Laulhé se aprendió algo, que de él quedó un legado que trasciende a lo futbolístico y corona lo humano.

Ahora es tiempo de que La Saeta se reúna con Santiago Bernabéu, su gran valedor, en otra de esas charlas tranquilas con el presidente para comentar un triunfo en un partido digno de enmarcar: el de su propia vida. Descanse en paz,Don Alfredo.

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