domingo, 30 de noviembre de 2014

Y el Madrid volvió


13 de junio de 1956. Parque de los Príncipes, París. 38.239 almas, testigos presentes del inicio de la leyenda. Y sobre el césped, epicentro de un escenario mucho más austero que los deslumbrantes focos que ciegan hoy desde la flamante y glamourosa Champions League, dos contendientes: Real Madrid y Stade de Reims, la primera final de la historia en la ciudad de la luz, único foco necesario para un fútbol campechano y sencillo, puro y del más general disfrute. El blanco y negro teñiría por aquel entonces las crónicas de la primera batalla, una competición cuyo éxito ignoraban incluso sus propios creadores.

La Copa de Europa se convertía en un intento más de buscar una gloria mucho más elevada para quienes, insaciables, ya habían tocado el cielo en sus particulares desafíos. Para el Real Madrid, no obstante, que ya había desplegado sus alas un 6 de marzo de 1902, aquella fecha, acontecida 42 años después, se convertiría, aun sin saberlo, en la de su segundo nacimiento. Y es que el Parc des Princes se convirtió en la particular forja en la que a golpe de goles incandescentes, de la amenaza de la derrota, como el agua que calma al hierro haciéndolo humear y de aquel que observa su obra al verla finiquitada, fraguó una leyenda única en la historia del fútbol mundial.

"La camiseta del Real Madrid se puede manchar de sudor, de barro e incluso de sangre pero nunca de vergüenza", Santiago Bernabéu

Michael Leblond necesitó arrancarle únicamente seis minutos al cronómetro para marcar el que sería el primer gol de una final de la vieja Copa de Europa para el Stade de Reims; un mazazo en los corazones blancos que ni siquiera sabía cómo encajarse; un gol en contra, uno más de esos que, en el devenir de un partido de fútbol, se conveirte en el precio a pagar para un equipo ofensivo, que lanza a sus hordas al ataque y que está dispuesto a cerrar la batalla con bajas, con heridas, con daños y cicatrices. Eso es un gol en contra. Pero... tres vueltas más de la aguja del reloj y segundo mazazo, esta vez, de Jean Templin. Y aquel momento, minuto nueve, algo chascó en la cabeza de aquel guerrero orgulloso vestido de blanco, dispuesto a sangrar para proclamar su victoria pero reacio a la humillación. "La camista del Real Madrid se puede manchar de sudor, de barro e incluso de sangre pero nunca de vergüenza". Las palabras que un día brotasen de los labios de Santiago Bernabéu, comandante general de aquella horda blanca, activó el orgullo de los guerreros, que enarbolaron sus armas, acuciados por ese algo especial que sólo sabe despertar Europa.

No podía ser otro. Alfreo Di Stéfano marcó, en el minuto 14, el primer gol delReal Madrid en la historia de las finales de la Copa de Europa, pues siSantiago Bernabéu era la voz guía del equipo más allá de la línea de cal, el hispano argentino lo era sobre el campo de batalla. El segundo tanto encajado fue un golpe de orgullo que desataba la furia vikinga en una confirmación que llegó con el segundo tanto blanco, el anotado por José Héctor Rial a la media hora, estableciendo un merecido y trabajado empate. Pero Europa no vende baratas sus victorias y esta era una lección que aún tenían por aprender los blancos: Michel Hidalgo adelantaba de nuevo a los suyos en la segunda mitad, lanzando una advertencia definitiva para los blancos, que ya no necesitaron más. Joseíto Iglesias reafirmaba la voluntad 'merengue' de no capitular en el transcurso de unos minutos que ya habían desprendido la suficiente esencia de lo que se pone en liza en el viejo continente. Y en la carrera hacia la extenuación, José Héctor Rial,anotaba el gol del triunfo en el minuto 79 y el estallido de júbilo en el madridismo, que expuso con claridad lo que era la gloria europea.


El Real Madrid conquistaba su primera Copa de Europa, la primera que se ponía en juego y aquello sería solo el principio. Durante la longeva historia de la máxima competición europea, hasta 22 equipos han logrado conquistarla. Muchos de ellos, se mantuvieron en una élite de creciente exigencia que, más allá de convertir a laLiga de Campeones en un desafío, hizo lo propio con el camino hasta ella; en ese trazado, otros desaparecieron, engullidos ante retos que no pudieron resitir. Pero sólo el conjunto blanco se ratificó en la cima europea las suficientes veces, con la suficiente voluntad, el suficiente tesón y la suficiente lealtad consigo mismo como para poder hablar de la Copa de Europa como 'su' competición, como parte de sí mismo. Doce finales disputadas y nueve conquistadas son bagaje suficiente para ello. Así lo siente el madridismo.

Durante 32 años, los blancos se vieron lejos de ese anhelo que habían hecho suyo


Tras una época dorada que encandiló al mundo bajo la jerarquía de un Madrid imperial, la cita con la Copa de Europa y con la gloria tiñó de blanco el corazón de los más fervientes admiradores del fútbol, de los más reacios, incluso; de sus proezas quisieron tomar ejemplo otros tantos, que vieron en el blanco el color de la conquista y en la lucha sin descanso el único camino hacia ella. Pero las pruebas de fuego en el camino hacia la grandeza van más allá de poner frente al reto a quien una y otra vez lo ve superado. Alzarse victorioso en la competición no es fácil pero llegar hasta ella para afrontar el desafío, tampoco y durante 32 dolorosos años, los blancos se vieron lejos de ese anhelo de todos que ellos habían hecho suyo, asistiendo en la distancia como ese amante dolido que ve a su amor platónico en brazos de otro, sin derecho a reclamarlo, sintiéndose digno de ello muchas veces pero conocedor de que la conquista no se merece, sino que se obtiene. Lejos de desesperarse, el glorioso supo esperar su momento, agazapado, curando heridas de derrotas con balsámicos momentos más allá de Europa que daban aire para continuar en la lucha. 

Y ese abrazo esperado, ese idilio interrumpido encontró un escenario y un rival a la altura para reconstruirse. Amsterdam. Juventus de Turin. Y la gloria, 32 años después. El gol de Mijatovic se elevaría a los altares de esos momentos mágicos capturados en recuerdos que conforman el particular museo que existe en la mente de todo madridista. Unos vivieron esos instantes magnánimos como testigos de excepción; otros fueron receptores de las gestas de su equipo por boca de sus mayores, que describen con toda la fidelidad y nostaliga posibles la consecución de aquello que les había hecho grandes. Pero de una u otra forma, a través de lo vivido y de lo narrado, esos goles, esos regates, esos gestos se grabaron a fuego en la memoria de una afición que extiende su particular imperio hasta cada frontera que el Madrid tumbó con fútbol, las fronteras del mundo. En Amsterdam prendió un fuego vivaz que había ido pereciendo lentamente, extinguiéndose y cuya eclosión trató de manterse contra viento y marea, llegando a conseguirse ya en una atmósfera muy diferente a aquella final de París, sencilla y austera, con el fútbol como gran espectáculo. Y de nuevo la ciudad de la luz recibió a su primer campeón.


Año 2000, España como estandarte y capital de la vieja Europa. Real Madrid y Valencia. Estadio de Saint Dennis y los blancos reafirmando su voluntad de que no volvieran a transcurrir tres décadas para alzar una copa, 'suya' por derecho, en una competición en la que, a pesar de la tregua forzada, había brillado y gobernado más que nadie. Fernando Morientes, Steve McManaman y Raúl González Blanco prolongaron el escrito de un libro destinado a no acabarse, a ser siempre capaz de sacar una página más cuando todos lo creen ya concluso. La octava se alzaba al cielo de París y al cielo de Glasgow se alzó la novena dos años después tras una parábola mágica del mago, Zinedine Zidaneque detuvo el tiempo en una tregua de la propia existencia para deleite del planeta fútbol, una obra de arte que no por la sencillez de quien la ejecutaba perdía un ápice de magnificencia. El estratosférico vuelo de aquella volea nacida en botas del astro francés, rompía el empate reinante en el marcador, obras previas de Raúl González -presente el capitán eterno en todas ellas, como presente el escudo- y Lucio, convertido en ese escollo que da lustre a la gesta por afrontar lo adverso.


Cristiano Ronaldo recoge el testigo de Alfredo Di Stéfano


Ahora aguarda sereno el cielo de Lisboa. Por el momento, las del firmamento son las única estrellas que brillan sobre el estadio del coliseo portugués, cuna que vio nacer en lo futbolístico a Cristiano Ronaldo, testigo recogido con firmeza en manos del portugués de aquella leyenda a la que don Alfredo daba forma por vez primera en París. El luso parte hoy con una ventaja con la que no contaba la escuadra de la Saeta Rubia; también con una losa más pesada. La grandeza delReal, esa que durante 12 años desde la última conquista, su afición juró y perjuró que volvería, le otorga en buena parte al conjunto blanco la condición de favorito para alzarse con una corona cuya importancia conoce de sobra; como conoce también el precio de Europa para proclamarse grande. Esa misma grandeza obliga al equipo a rendir homenaje a su pasado en cada andadura sobre un campo de fútbol; con más razón en finales; con más razón en Europa; con más razón aún en finales de Europa.


"Volvermos". Fue el grito unánime de una hinchada responsable y escudera de su propia historia durante años, los mismos que obligó la espera, la superioridad de los rivales y en otras ocasiones, esa fortuna esquiva que se convertía en verdugo de un idilio nunca exento de trabas pero perpetuamente convencido de su realidad: el que existe entre el Real Madrid y la Copa de Europa. El nuevo fútbol la bautizó como Champions League, nombre de más lustre en otros tiempos distintos, de más pomposidad y de más protagonistas que aquellos 22 que saltan al campo. En medio de esa esfera, el madridismo aguarda un momento para la historia, un instante mágico que capturar a salvo del implacable avance del tiempo, imperecedero, eterno; como eterna su historia.

La respiración, contenida; los dedos entrelazados en un mudo ruego al dios del fútbol, si es que este existe, la más absoluta confianza en su equipo y el más regio respeto al rival. Todo eso se conglomera en una magia que sólo existe en las grandes citas europeas, en las noches de fútbol continental porque no por longeva, la historia del Real con la 'Champions' ha perdido un ápice de ese hormigueo que se siente en el estómago y aciende por la garganta para estallar en el canto de un gol marcado, para desgarrarse en la rabia de uno encajado. Todo puede ocurrir en la suerte de 90 minutos -mínimo- en los que durará la batalla pero el Madridplantará cara como siempre se le exige porque independientemente de lo que acontezca en Lisboa, el Madrid ha vuelto.

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