domingo, 30 de noviembre de 2014

Di María, el Ángel Guerrero


Su físico ya habla de él, cumpliendo con aquello de que la cara es el espejo del alma. Su cuerpo menudo y fibroso compensa el volumen necesario para escurrirse entre rivales a una velocidad endiablada; sus ojos, vivos, buscan el hueco a través del que trazar un camino imposible; delatan en él el ansia de la ambición sin límites y también la ilusión por la conquista; su capacidad de divertirse, de hacer un juego de un desafío mayúsculo como alzar la copa del mundo al cielo del eterno rival en el particular ring de las selecciones.

Un futbolista que, vencido por el cansancio, se encomienda al corazón


Futbolista eléctrico, explosivo, veloz y esquivo con los oponentes, el propioSabella destacaba, incrédulo, tras el partido que Argentina disputó ante Suiza en los octavos de final, la capacidad del 'fideo' para correr más y más a medida que los minutos avanzaban en el cronómetro. Ni el calor húmedo de Brasil, ni el agotamiento acumulado en los pies tras casi 120 minutos de juego lograban hacer mella en un futbolista que, vencido por el cansancio se encomienda al corazón, al alma, a la garra. Ángel Di María ha hecho historia con su equipo, conquistando un trofeo con una mística especial en el Santiago Bernabéu y en el que está siendo su gran año -2014-, desea poner una guinda de ensueño con el cetro mundial de selecciones, una ilusión que no esconde y que materializa en unas piernas superdotadas. Tampoco los 60 partido a sus espaldas a lo largo de la campaña que ya expiró le minan en la acumulación de quilómetros encuentro tras encuentro.

El socio de todos


El socio de todos y eclipse de nadie. Ángel Di María posee un extraño don para aliarse sin quiebres con los dos mejores jugadores del planeta, enfrentados en prácticamente todo y por prácticamente todo. En el Real Madrid, gambetea en diabluras continuas con fugaces estelas junto a Cristiano Ronaldo, para servirle al portugués mil balones en bandeja que acaban acariciando la malla rival para deleite del respetable. Con Argentina, sus vuelos reiterados hacia la meta del adversario, infatigable, se convierten en regalos de oro para Leo Messi. No obstante, ni ante uno ni ante otro, su magia cierne sombra para erigirse en protagonista. El 'fideo' hace mejores a los mejores, fusionando esa paradoja de elaborar un trabajo sucio ataviado de elegancia, de sutileza, de imposible.


Y es que no hay que olvidar que el fútbol es un deporte colectivo en el que mientras unos brillan, otros hacen el trabajo duro; unos construyen y otros destruyen; unos inician y otros culminan. La labor de Ángel Di María en la maquinaria de la selección argentina no puede ni debe pasar inadvertida. Ha podido verse durante el desarrollo de los partidos: encuentro tras encuentro es Leo Messi quien acapara el reconocimiento que le acredita como el 'MVP' de cada choque; nadie duda de la justicia del galardón pero eso no debe hacer que se ignore el gran trabajo que elabora 'el fideo', que está viviendo un año exultante, tanto en lo que a nivel de clubes se refiere como en la selección.


Un compromiso con Argentina


A pesar de haberse erigido en escudero de los dos futbolistas más gandes del planeta, el 'fideo' se concede licencias más que merecidas, anotando goles que no sólo destacan por su bella factura, sino también por la importancia de los mismos. Su última diana con la albiceleste le sirvió a esta para desatascar un partido atorado ante el muro de Suiza. Lo hizo, además de esa forma tan suya que representa, en el efímero instante del gol, su propia personalidad: a falta de tres minutos, como el dueño de una perseverancia que nunca da nada por perdido; en la enésima cabalgada, con el último aliento, impulsado por el último suspiro; un arañazo en la llegada a la orilla. Y tras la materialización de lo imposible, el estallido de un júbilo que hizo temblar los cimientos de Buenos Aires, que colmó de llanto emocionado las voces que alrededor del planeta cantaban el gol del fideo y concedían a la letra del más desgarrador tango todo el sentido de cuanto lleva implícita la palabra 'querer'.


Porque Argentina quiere el Mundial en justo cumplimiento a un compromiso que adquirió consigo misma en la conquista de su primer cetro planetario y que confirmó en la consecución del segundo; unas premisas que Ángel Di María tiene más que claras y que anhela cumplir en un homenaje a la leyenda de la albiceleste. Grabado a fuego en lo más profundo de sí mismo, el fideo ve convertida en una carrera de fondo la conquista del título: Veintiocho años son demasiados en la espera de la gaucha que, no obstante, nunca desfalleció en la búsqueda de la tercera estrella. En los desafíos donde la prórroga se torna en camino y los penaltis amenazan con un final que juega con el término 'justicia', Di María se alza sobre el resto, en ese fiel recordatorio de lo que la nación argentina prolonga la espera por más de dos décadas; no es velocidad, es resistencia. No es prisa, es perseverancia; un anhelo que se torna cada vez más próximo a ser real.

Argentina afronta su ronda maldita, frontera inesperada y traicionera que se alzó entre ella y la gloria en las dos últimas citas mundialistas. En 2010, las mágicas puestas de sol africanas despidieron a Argentina bajo el yugo de Alemania, mismo verdugo que desposeería a la albiceleste de su lucha por el título cuatro años antes, esta vez en su propia casa, territorio germano, cuyo frío contrasta con el corazón de fuego que late en el pecho de uno de los más férreos guerreros con los que cuenta Argentina, su ángel, Di María.

Estadísticas con prosa


Incluso los números, fríos emisarios de datos tan certeros y fieles a la verdad como alejados de lo inexplicable del sentimiento, traducen en magia sus proezas sobre el campo. El 'fideo' ha completado todos y cada uno de los cuatro encuentros que Argentina ha disputado en laCopa del Mundo, donde ha concedido ya una asistencia y un gol vital para los intereses de su gente, y si bien en cada uno de los 390 minutos en los que ha sudado tinta, se le ha reconocido una labor encomiable, en alianza con el tanto ante Suiza su nombre fue un grito unánime en el planeta.

El último encuentro fue un Ángel Di María en toda regla: seis disparos a puerta desde distintas posiciones: en los dominios del área y en los trazados lejanos del aire que surcaba el cuero buscando un camino que encontró sólo una vez. Suficiente. El 'fideo' completó el 67% de sus pases, convirtiéndose en un continuo tiralíneas, que localizaba en cada momento la mejor opción, al mejor compañero, la mejor ubicación. Bombardero inagotable envió centros al área sin descanso -12 en total- en sus continuas subidas por sendas bandas, convertidas en autopistas para la ocasión.


La evolución de Di María, además, en los últimos años, acentúa la importancia de su presencia en el centro del campo argentino, como también en su equipo; futbolista comprometido con la causa de vencer, no desaprovecha ni un ápice del físico con el que la naturaleza le dotó e invierte cada gota de sudor en movimientos favorables a los suyos: sube a atacar, baja a defender y sus piernas son, mil veces, creadoras de la jugada clave, de ese movimiento, de ese toque sutil o de ese trallazo envenenado.

El enganche perfecto, la conexión anhelada entre una zona con pura dinamita -la delantera- y otra que adolece de males peligrosos -la defensa-. Arriba, el fideo descubre huecos, insaciable; abajo, los tapa y cubre sin que ese esfuerzo de más haga resentir su rendimiento en su labor natural. Ángel Di María es la chispa que recorre la mecha en busca de esa explosión de gol, suyo o de un compañero, en jugadas mágicas que esta vez no se conforman con el deleite planetario; además, pugna por su reinado.

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